El encanto sereno del hombre maduro
Me hechiza su porte y su olor a lavanda, es culto, a leguas se nota que fue educado a la antigua. Para algunas, su léxico podría ser arcaico y es que su decencia viene de otra época...

Publicado en febrero de 2015
De inocente ya no tengo nada, sin embargo cuando estoy con un hombre mayor siento que rememoro mis etapas de descubrimiento erótico. Me dejo llevar y me encanta reconocer que no me las sé todas, por eso me gusta que me enseñen.
Generan una atracción casi irresistible, las canas, las historias remotas, el hablar pausado y esa mirada que lleva el peso de los años y que dice haber vivido más de lo que sus labios realmente cuentan. Sus manos rocosas recorren con gran habilidad todos los rincones de mi cuerpo y sin falsa modestia me roban hasta el último suspiro.
Me hechiza su porte y su olor a lavanda, es culto, a leguas se nota que fue educado a la antigua. Para algunas, su léxico podría ser arcaico y es que su decencia viene de otra época, en donde el reguetón y los malos modales todavía no amenazaban la caballerosidad, que ahora es tan escasa y que suele confundirse con algo parecido a un coqueteo.
A mí me gusta que me consienta, que me hable bonito, que me dé besitos en la espalda y que me haga el sexo oral sin misterios, ni afanes. A mí me gusta que juegue con mi cabello y me haga trenzas. Cuando nadie me ve, suelo transformarme en la jovencita deslumbrada que descansa en su pecho de terciopelo.

Él ha vivido lo suficiente como para entender que la gente no cambia así como así, lo sabe bien porque a él lo cambiaron los años, no las personas. También aprendió de sus errores ya que tropezó varias veces con una misma piedra. Sin miedo a ser vulnerable me mostró su corazón, que sigue latiendo con el mismo ímpetu, no obstante, se volvió inmune a ciertas pendejadas. Ya no pierde el tiempo en banalidades y bebe de mí porque le recuerdo la juventud que se le escapa. Confiesa que no me necesita pero me desea, que no me ama pero me extraña. Para mí, con eso basta y es suficiente para calmar mis ganas de probar besos añejos. Me gustan los recuerdos y él es un recuerdo ambulante.
Cuando vamos juntos por la calle, los transeúntes lo observan con fugaz envidia, eso le resbala, hace rato que le importa un pepino lo que opinen lo demás, pues lo único verde que tiene son sus ojos y su interés no es aumentar el número de damiselas biches en su prontuario de conquistas, prefiere a las féminas más contemporáneas, simplemente yo me le crucé en su camino y él se cruzó entre mis piernas.
Aunque me halaga que algunos veinteañeros me lancen frases melosas, no logro conectarme con su fuego intenso, prefiero un calor tranquilo como el de una fogata, que calienta mis huesos pero que no quema. Y no, no soy una fémina carente de afecto que busca desesperada al padre que la abandonó, tampoco soy una caza fortunas. No tengo el complejo de Electra y Carl Jung se puede ir a la mismísima porra, porque no le veo misterio a que dos personas se gusten.
Valeria DeBotas
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