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Hacer el amor es volar

Siempre será más sencillo ofrecer sexo, porque despojarse de las pantaletas es más fácil que quitarse los miedos, desnudar el cuerpo tiene menos complejidad que desnudar el alma...

Publicado en octubre de 2014


Durante mucho tiempo me dediqué a saborear romances furtivos, a excitarme con la adrenalina de los encuentros esporádicos y a vivir bajo la pasión enceguecedora que surge al principio de un encuentro.


Y es que el sexo tiene la ventaja de ser bueno, así sea malo, pues siempre será mejor que nada. Y como dicen algunos amigos míos, en tiempos de guerra cualquier hueco es trinchera. En conclusión, me gustaba correr hacia los brazos del sexo, pero huía desesperadamente de los abrazos del amor.


Me había convertido en una de esas féminas que tenía miedo de enamorarse, ya que se rumoraba que las maripositas en el estómago transmitían una enfermedad llamada cursilería, cuyos síntomas de contagio eran niveles alarmantes de pendejada, ojitos brillosos y alucinaciones con pajaritos de colores.


En un mundo invadido por amistades con derechos, Tinder, irresponsabilidad afectiva y la fobia al compromiso, resultó que hacer el amor se volvió una cosa vintage, fuera de época y algo tan exagerado y romántico, que me imaginaba trepada en un balcón, cual Julieta en vestido repolludo mientras Romeo declamaba poemas.


Hasta que un día mi cuerpo se quedó corto y el placer físico dejó de serlo todo, entonces no fueron suficientes las caricias, el momento de seducción o la penetración. Comprendí que no soy únicamente carne y que para experimentar sensaciones más fuertes hacía falta más alma que piel.


Si tener sexo es correr a gran velocidad, entonces hacer el amor se asemeja a volar, como si flotaras en una cama hecha de nubes y pudieras observar la lejanía del mundo y lo pequeño que se vuelve ante tanta dicha. Una sensación sublime e indescriptible que está condenada a ser tan pasajera como intensa, pero que transforma los segundos en eternidad y que desdibuja las etiquetas del cuerpo, hasta el punto que olvidas donde dejaste la cabeza, pierdes el miedo a desgarrar el corazón y luego sientes que los pies siguen unos centímetros arriba del suelo.


Los orgasmos que he tenido con mi vagina no se comparan con los que han salido de mi corazón, y el éxtasis es mayor cuando existe una conexión insondable con el otro, cuando se atraviesa una mirada de “te conozco desde antes” entre gemido y gemido.


En estos momentos el romanticismo que invadió mi cordura me impide ser imparcial y mi sarcasmo se vio endulzado con la melosería de los sentimientos. Si he escrito más de una docena de artículos aventureros sobre sexo, debería hacer justicia escribiendo muchos más sobre hacer el amor. Y me tragaría mis ácidas letras solo para rescatar esta hermosa práctica etérea, que alguna vez creí un invento de nosotros los seres humanos por ponerle un nombre bonito al coito y para diferenciarnos de los animales de cuatro patas.


Y no es necesario encontrar al hombre de tu vida, a veces ni siquiera tiene que ser “el indicado”, a veces cuando menos lo esperas aparece el inesperado y llega ese cómplice cuyo don de la ubicuidad, le permite estar al mismo tiempo en todos los rincones de tu fisonomía, hacer estallar cada célula y además sacudir tus anhelos de la forma más íntima.


Tal vez exagero y estoy haciendo un gran alboroto, por algo que para muchas puede ser cotidiano y real, solo que para mí se convirtió en magia. Ojalá entiendan que me siento como una niña que ve por primera vez el mar, que mis relaciones amorosas siempre empezaron por el final y nunca llegaban al principio, y que tal vez descubrí un poquito tarde que el agua moja.


Siempre será más sencillo ofrecer sexo, porque despojarse de las pantaletas es más fácil que quitarse los miedos, desnudar el cuerpo tiene menos complejidad que desnudar el alma. Y por algo se venden más fácil las hamburguesas que el solomito.


Confieso que era puta en la cama pero mojigata en el amor y una tacaña emocional empedernida, no obstante valió la pena arriesgarme a quitar los gruesos vestidos de “pudores” pasados y cuando me liberé del peso que tanto me estorbaba, dejé de tirar y empecé a volar.


Valeria DeBotas

www.instagram.com/valeriadebotas/

twitter.com/ValeriaDeBotas


Imágenes: Película “El lado oscuro del corazón”


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