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La vida es demasiado corta para…

Dejaré de esperar con ansias los viernes, para mirar con el mismo entusiasmo todos mis días del calendario y dejaré de una vez por todas de desperdiciar mi existencia.


A cat looking at a window

Es ciertos momentos de la vida aparecen los balances mentales, de lo que hicimos y de lo que no hicimos, de lo que otra vez se pospone, de lo chuleado en la lista, de las experiencias ganadas, de los kilos perdidos, de las heridas sanadas, de las culpas borradas, de las millas acumuladas, de los polvos que faltaron, de los ex olvidados, de cuantas veces nos vimos con los amigos del alma, de si llegó el tan anhelado éxito o si todavía nos mortifica no tener la vida que milimétricamente habíamos planeado a estas alturas del paseo.


Yo también me hago muchas preguntas porque es normal que se alborote la pensadera y es necesario hacer una pausa para analizar el camino recorrido, pero a diferencia de períodos anteriores cada vez es menor el tiempo que invierto preocupándome por pendejadas.


La vida es demasiado corta como para desperdiciarla

Confieso que aprender a desarrollar la paciencia fue una de las lecciones más duras, no es nada fácil esperar cuando tus deseos son más grandes que las condiciones actuales. Así como cuando quieres todo para ya, sin embargo la vida te demuestra que por ahora no se puede. Cuando la ansiedad crece y las cosas por las que tanto has luchado no se dan o simplemente no fluyen. Entonces esperar se vuelve todo un reto y no es nada sencillo, y esto te cuesta algunas sonrisas de lunes por la mañana, cuando sientes que tus sueños se esfuman con el peso de la realidad.


Si, es muy bueno tener metas y proyectos por cumplir, pero también entendí que debo disfrutar del camino mientras llego a ellas, que si no lo logro entonces habré aprendido un montón sin sacrificar mi alegría, porque es muy distinto esforzarse con gozo a tener que sufrir como mártir por alcanzar algo.


Cometí errores y tal vez les hice daño a personas que quería, sin embargo no gané nada culpándome una y otra vez, ni esto minimizó los daños. El tiempo no se puede devolver, ni tengo forma de cambiar el pasado, solo puedo pedir perdón de manera sincera y aprender de la situación. Sin embargo, tengo la plena seguridad que actuaré mejor en una próxima ocasión y que las estupideces consumadas sirvieron de algo porque me llenaron de madurez.


Que lo real no gire en torno de lo virtual, la vida es demasiado corta como para estar mirando el Whatsapp y vivir pendiente de la última hora de conexión del susodicho, o para llenar la cabeza de películas tratando de descifrar de manera inútil aquella respuesta monosilábica. La vida es demasiado corta como regalarle nuestro tiempo a quien no vale la pena o para estar esperando migajas de aquellas personas que nos hacen pensar que el amor es algo difícil o complicado.


Hoy quiero quejarme menos, porque soy afortunada al tener cariño a montonones, comida en mi nevera, un techo, ropa, trabajo, carro y las oportunidades que un porcentaje grande de la población mundial no tienen, así que mis lamentos son en realidad bobadas si las comparo con lo que viven día a día otras personas que tiene menos razones para sonreír que yo. En vez de quejarme tanto, empezaré a dar las gracias por las cosas que tengo y más bien me dedicaré a cambiar lo que no me gusta.


Sucedió que me creí el cuento de ser invencible, sex simbol y eterna, hasta que una situación de salud de alguien cercano, me mostró la obvia fragilidad de los seres humanos, lo que me llevó a preguntarme por la muerte y me recordó que no es exclusiva de la gente vieja, pues no discrimina edades, género, raza o estrato social. Luego analicé mi vida, mi rutina, los miedos que hacen parte de ella y el apego a la presuntuosa estabilidad que ahora tengo, así que luego de sumar y restar concluí que no debo estar a punto de estirar la pata, para vivir mi vida como quiero, que si la muerte aparece el día menos pensado que me coja meditando, viajando, tirando, escribiendo o haciendo las cosas que me gustan, no viviendo la vida que otros quieren para mí. Porque el mundo es de los valientes, de los que se arriesgan y confían en que todo va a salir bien, de aquellos que no se quedan esperando sino que salen a tomar las riendas de su existencia. Y sí, yo quiero ser una de esas.


La vida es demasiado corta como para ser tacaña con los besos, abrazos y polvos que puedo dar, mi cuerpo debe ser un instrumento para dar felicidad a quien este conmigo, así dure poco o mucho tiempo, que no me arrepienta nunca de las muestras de afecto dadas, como dice la canción de Fito Páez, dar es dar, “No cuento el vuelto siempre es de más”. Los rollos ajenos, son eso, rollos internos del otro que no debo tomar personales pues sus heridas estaban antes de mí, sino funciona yo me iré satisfecha con mi amor a otra parte, él se lo pierde.


Quiero aprender en la medida justa y en el instante oportuno, cuando decir que SI y cuando decir que NO. Saber cuándo debo mandar a la mierda a unos cuantos recuerdos, cuando despeinarme, cuando lanzarme al vacío, cuando comerme ese postre sin culpas y cuando rechazar un compromiso. Y mientras aprendo la técnica, tal vez me equivoque un par de veces y deje algunas lágrimas en el ring, pero no pararé porque seguiré viviendo cada minuto con la intensidad que se merece. Dejaré de esperar con ansias los viernes, para mirar con el mismo entusiasmo todos mis días del calendario y dejaré de una vez por todas de desperdiciar mi existencia.


Porque la vida es demasiado corta para…


Valeria DeBotas

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