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Mi placer no es negociable

En su afán de acabar, me recordó aquellas veces en donde mi placer se veía amputado por el egoísmo.

Escrito en septiembre de 2022


Que mi cuerpo, mi clítoris y mi vulva me perdonen por las veces en que los entregué a personas egoístas. Tuve un revolcón con un hombre que alardeaba de su gusto extremo por el sexo. Un hombre que hablaba de todas las poses y todos los lugares que imaginaba una vez nos encontráramos y pudiéramos tener por fin aquello que habíamos postergado durante tantos años.


En mi mente yo sólo pensaba que si tanto se regodeaba de su gusto por el sexo, claramente debía ser tremendo polvo. De esos que difícilmente se olvidan y que cuando los recordamos nos aceleran el ritmo cardíaco, el cuerpo y la vida misma. Pero sucede que a veces, la realidad no es capaz de superar la ficción, y ahora que lo pienso, hubiese sido mejor quedarme con todo eso ahí, en mi imaginación.


En realidad, yo sabía que iba a ser un polvo más, uno malo. Lo supe desde que me besó, pero le seguí el juego. Yo quería saber hasta donde podría llegar. Ahora que lo pienso, de haber sabido que me recordaría tantas cosas de mi pasado, no habría ni siquiera aceptado subir a la habitación.


En su afán de acabar, me recordó aquellas veces en donde mi placer se veía amputado por el egoísmo de quienes sólo buscaban liberar tensiones a cuestas de mis nalgas grandes y mi busto parado y bonito. O al menos eso era lo que me hacían sentir y pensar cada vez que lanzaban al aire comentarios un tanto morbosos (pero que de alguna u otra forma me gustaban) acerca de mi cuerpo. Porque para ser sincera, mi ego de mujer se eleva cuando a alguien le gusta mi cuerpo, tal cual es, con cada una de sus curvaturas, marcas y cicatrices.


Aquel encuentro no duró más de 15 minutos y siempre en una misma posición. Jamás hubo espacio para la variación o para implementar otras alternativas de juego y placer. Me apena decir esto y quizás me equivoque, o quizás no, pero al final, ni siquiera tuvo la “decencia”, “amabilidad”, como lo quieran llamar, de tocarme hasta que yo lograra acabar. Y no es que sea obligación, y mucho menos quiero excusarme con esto, pero me sentí como hace muchos años: una mujer netamente circunstancial, una mujer que alguien usó para su propia satisfacción personal.


Esperé unos minutos. Quizás de repente se volvía a emocionar; pero mi espera fue en vano. Me cambié y salí sin más. Tuve que llegar a mi habitación a terminar lo que ya había empezado. En ese momento, mi cabeza empezó a divagar entre miles de recuerdos que durante muchos años me destrozaron el alma y se llevaron mi autoestima y seguridad como mujer por delante y sin compasión alguna.


Recuerdo que entre lágrimas me enfrenté a mis propios demonios y me cuestionaba si la culpable había sido yo; si de pronto algo en mi no había sido suficiente o si de repente, mi cuerpo estaba mal. Lloré de la rabia y por causa de la memoria. Esa que a pesar de que pasen los años, se instala dentro de ti como un fantasma que pesa y aparece cuando menos lo necesitamos.


Tuve que agarrarme muy fuerte de mi misma, y también de aquellas faenas magistrales en donde yo sabía y era consciente de que mi cuerpo y toda yo causaban excitaciones indescriptibles y una pasión desenfrenadas. Traje a mi mente cada uno de aquellos encuentros y con cada uno, mi vulva, mi clítoris y yo, nos empezábamos a emocionar.


Ese día, esa mal cogida y ese egoísmo extremo me abrieron los ojos. Ese día entendí que mi placer NO es negociable y que no importa lo que pase si al final del día me tengo a mi. Finalmente yo soy dueña y soberana de mi cuerpo y por supuesto, de mi placer; y, como tal, el hecho de regalarme momentos de excitación, pasión, lujuria y amor conmigo misma, es todo un acto revolucionario y de respeto por mi templo, que también es mi hogar, ese que habito todos los días con todo lo que eso implica.


No recuerdo haber llegado de una forma tan hermosa y tan consciente al clímax como cuando después de haberme tocado, empecé a escribir estas líneas.


Yadi Mendivelso


Yadi participó en nuestros talleres de escritura terapéutica. Tiene 31 años y es ingeniera química de profesión. Escribe sobre las emociones y sus propias experiencias y ya tiene 5 libros publicados en coautoria con la editorial ITA. La escritura ha sanado su vida.



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